La Web 2.0 o, como convendría llamarla, la Web 2.1, se basa en una lógica de producción y acumulación muy diferentes a la tradicional, la de la propiedad intelectual. Una lógica comunitaria, social, participativa. Se basa en ella y a su vez la retroalimenta, ocupando territorios que antes le eran ajenos.
Ahora bien, en el campo artístico, por ejemplo, los derechos de autor son muchas veces planteados por los artistas mismos en su faz reinvindicativa. Es decir, se supone que funcionan para ponerle un techo a las grandes corporaciones: las discográficas, las distribuidoras.
Lo concreto es que para los pequeños y medianos artistas, Internet y las nuevas tecnologías implican un terreno nunca antes ni soñado para la difusión de sus creaciones. Sin hacerlo redundante: millones de personas implican un público (también un mercado, para el caso) formidable. De la misma forma, la posibilidad de producir colectiva e interactivamente supone un semillero gigantesco para la asosiación de acuerdo a afinidades electivas.
La propiedad intelectual en todas sus formas (desde los derechos de autor hasta su forma más violenta, las patentes) es un criterio obsoleto, retardatario para potenciar el actual proceso en cualquiera de sus fases, cultural, económica, política y social. Las formas de apropiación individual en un contexto de producción socializado son trabas para el desarrollo del conjunto, se solía decir.
Acaso alguien duda que si existiese la vacuna para la cura del HIV es un genocidio no largarla por una cuestión de patentes? Cuánto conocimiento, arte, historia, medicina y etceteras varios son cotidianamente destruídos por un sistema segregador y excluyente?
Vamos cortándola, entonces. Basta con la piratería y otros inventos. Tengamos el suficiente poder constituyente como para torcer el rumbo de la historia mediante prepotencia de trabajo y planteos superadores.

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