Hace unos días murió Sandro. Más allá de los (indiscutibles) gustos, fue parte de una generación que dio a luz el rock en Argentina. La Cueva, La Perla, Billy Bond, Lito Nebbia, Tanguito, Javier Martinez y Manal… Por eso estas líneas de Pïpo Lernoud.
En 1965, el mundo de la «música juvenil» se reducía a las actuaciones de fin de semana en clubes de barrio con grupos que, más o menos, repetían el molde que iba imponiendo La Escala Musical, emporio que monopolizaba la televisión, la radio y los bailes. En ese universo de música pegadiza, ritmos obvios y letras melosas, el rock en inglés y los grupos debían parecerse al fenómeno planetario: Los Beatles. Hacía menos de un año que los cuatro fabulosos habían desembarcado en Estados Unidos, desencadenado la beatlemanía, y La Escala no podía estar fuera de eso. Pero los músicos no estaban distraídos. Sabían que debajo del boom comercial de Los Beatles se escondía algo nuevo, y que cientos de «conjuntos» (Los Rolling Stones, Kinks, Yardbirds, Who, Blues Breakers, Byrds, etc.) estaban transformando la banda de sonido del mundo. Algunos, lo intuían oscuramente, como José Alberto Iglesias apodado «Tanguito», que había grabado ya en 1963 sus propias composiciones en castellano (Mi pancha) en el estilo de los mexicanos Teen Tops con Los Duques. Alejandro Medina (después Manal) y Carlos Mellino (después Alma y Vida) eran los cantantes de The Seasons. Con el seudónimo «Max and Rodney», componían canciones en un inglés inventado, copiando además elestilo de ropa y los peinados de Los Beatles. Desde Rosario llegaron Los Wild Cats, con Litto Nebbia a la cabeza, que al entrar en el circuito de La Escala con un contrato, se cambiaron el nombre a Los Gatos Salvajes. Litto, apenas un adolescente, ya componía sus propios temas de un beat inteligente y elaborado, con una invalorable ayuda del tecladista Ciro Fogliatta para los arreglos. Había muchos otros grupos: Las Sombras, Los Gatos Negros, Los Guantes Blancos…
Sandro y los de Fuego hacían temblar las radios con Música de Rock and Roll, la versión castellana de un tema del maestro negro Chuck Berry que los Beatles habían grabado a fuego en la conciencia de la juventud blanca. El acento y la actitud de Sandro retrotraía más a un Presley de nuestros suburbios que a un beat, el apodo de nuestra música que estaba naciendo. Pero Sandro era un poco padrino de lo que se venía.
Todo ese universo de música que apenas salían de la adolescencia y ya eran profesionales de una «industria del entretenimiento» cada vez más estructurada y exigente desembocó, tarde o tempraño, en un diminuto reducto, sucio y mal ventilado, de la avenida Pueyrredón: La Cueva.
El nuevo idioma de Babel
«La Cueva era como una Babel total, era como esas historias bíblicas del desierto, que vienen las caravanas de uno y otro lado, y todos desembarcan en el mismo lugar. Estaban los músicos de barrio por un lado y por otro los músicos (profesionales) de sesión». Eso recordó Rocky Rodriguez para un extraordinario libro sobre Tanguito, de Víctor Pintos.
En esa Babel circulaban tipos que no eran de la música; escritores y periodistass como Miguel Grinberg, Pipo Lernoud y Juan Carlos Kreimer, pintores como Charly Camino, poetas, gente de la noche. Y se reunió una camada de músicos en estado de despertar intensivo: Mauricio «Moris» Birabent, Javier Martínez, José Alberto «Tanguito» Iglesias, Miguel (futuro Abuelo) Peralta, Félix «Litto» Nebbia y Alberto «Pajarito Zaguri» García.
En ese pequeño sótano se cocinaba otro estofado que en La Escala Musical. Allí los músicos podían improvisar, zarpar, delirar, sanatear, inventar con total libertad. La zapada venía desde el nacimiento de la Cueva, desde que era «de Pasarotus» y regenteada por Juan Carlos «El Gordo» Cáceres abrió las puertas a los músicos de jazz, desde Gato Barbieri y «El Gordo» Fernandez hasta los jóvenes Bernardo Baraj, Ricardo Lew, Adalberto Cevasco, Norberto Minichilo, y un largo etcétera. De reducto de noctámbulos y jazzeros, muy pronto pasó a pertenecer a una movida inspirada por Billy Bond (después de La Pesada) y el propio Sandro, atrayendo a todo músico «beat» que circulara por Buenos Aires, incluyendo a los Shakers de Uruguay y los Con´s Combo de Suecia.
Fue en la Cueva donde empezó realmente el rock nacional. Sin el fermento de La Cueva, esa mezcla de influencias musicales, literarias e ideológicas, nuestro rock hubiera sido uno más en el continente, otro reflejo pálido de las ideas anglosajonas. Sin La Cueva no hubiera habido Avellaneda blues, ni De Nada Sirve, ni La Balsa. Y toda la historia que viene detrás, desde Charly García a Sumo, desde Los Redondos hasta Spinetta, estça teñida con las inquietudes ambiciosas de los locos de La Cueva. No hay en el Continente, con la excepción de Brasil, una historia de rock, poesía y desafío como en la Argentina, y tampoco la hay en Europa fuera de Inglaterra. Porque el aislamiento cultural al que nos sometieron las sucesivas dictaduras y la multiplicidad de las influencias del rock, produjeron un híbrido original que nació ahí, a fines del 65 y comienzos del 66, cuando el mundo dejó sus viejos «conjuntos» abandonó el sueño de triunfar en la Escala Musical y salió a caminar por la avenida Pueyrredón, desde La Cueva a La Perla, para empezar a escribir una historia diferente.
En esos «naufragios» hasta el amanecer, intercambiando ideas e información, se compusieron la mayoría de los temas que llenaron los discos de Los Gatos, de Manal, de Moris, de los primeros Abuelos de la Nada, de Tanguito. Y se inspiraron las ideas que hicieron cantar en castellano a Almendra, Vox Dei, Arco Iris, Pappo, etc.
El primer «manager» del rock nacional también estaba en La Cueva. El Gordo Horacio Martínez, amigo de Sandro y Billy Bond, que llevó a Tanguito a RCA y consiguió el primer contrato de Los Gatos, también fue el resorte principal para la movida de los Beatniks de Moris y Pajarito.
Hoy se discute si el comienzo del rock autóctono fueron Los Gatos Salvajes en 1965 -con repertorio propio pero dentro del engranaje de la Escala Musical -, o los Beatniks en 1966 -una actitud rebelde de «pacifismo y libertad sexual» pero poca llegada al gran público- o Los Gatos en 1967 -con el éxito masivo de La Balsa y Ayer nomás, temas representativos de La Cueva-. En realidad esa discusión no tiene trascendencia. No hay un músico o un disco que pueda ser citado como comienzo de la nueva cultura. El «movimiento» nació de un movimiento, de un choque, de un caldo de cultivo que hervía en el aire viciado y ruidoso de La Cueva, ese pequeño centro del universo, escondido de la persecusión de la policía y los adultos bien pensantes en un sótano diminuto de la avenida Pueyrredón.
Texto extraído de El Rock Nacional.